A D. FIDEL ROSILLO
LÓPEZ. IN MEMORIAM
Calar de la Puebla, Puebla de Don Fadrique, sábado 11 de agosto de
1990.
Fue aquel día de verano del año
1990, en el que aún los caminos no ascendían a las mesetas del Calar, cuando subía
despacio pero con paso firme por la vereda de los canchales hacia la caseta del
Calar de la Puebla. Tocaba relevo y antes de llegar, descansé y tomé aire
contemplando el pueblo desde la Piedra de la Rendija para acometer los últimos
escalones que alcanzaban la cumbre. En los últimos metros, alcé la mirada y
allí estaba él, observando el horizonte, a la hora en la que los últimos rayos
del sol se escondían tras la Sierra de la Sagra.
Sobre una cornisa en el interior
de la caseta acristalada, desde la que vigilaba los montes de la zona, tenía Fidel
varios libros entre los que se podían apreciar algunos trozos de papel con
notas escritas.
Citas de Cervantes: "El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe
mucho" " El retirarse no es huir, ni el esperar es cordura, cuando el peligro sobrepuja a la esperanza"
Citas de Calderón de la Barca: “Quien vive sin pensar, no puede decir que
vive”.
Citas de Pablo Neruda: “Podrán cortar todas las flores, pero no
podrán detener la primavera”.
O citas de Ortega y Gasset: “Siempre que enseñes, enseña a la vez a
dudar de lo que enseñes”.
Como en otras ocasiones, tras
comentar las incidencias y novedades del día, nos sentamos un buen rato y
charlamos. Él solía contarme historias de su infancia y de su juventud y
también hablábamos de nuestras experiencias laborales. Mientras le escuchaba y
mientras lo recuerdo, he querido trasladar algunas de aquellas conversaciones a
vocabulario poblato. Es por tanto esta primera entrega, una primera
aproximación escrita al habla poblata y el primer capítulo que quiero dedicar a
mi padre, Fidel Rosillo López, que como tantas otras veces, aquella tarde de verano, me enseñó
entre otras cosas, esta cita de Federico García Lorca:
“Desechad tristezas y melancolías, la vida es amable,
tiene pocos días y tan sólo
ahora la hemos de gozar”.
I CONTRIBUCIÓN AL
VOCABULARIO POBLATO
Capítulo I
EL VERANO
De crio, ayudaba a mi padre y mis
hermanos en los bancales, llevábamos el grano al atroje y cuidábamos del averío.
En verano, nos empingorotábamos a coscoletas en las paratas, alguno blincaba y se
daba un costalazo y quedaba baldao y escoriao. A otro le daba un apretón y se
efarriaba. Había bandás de torcazos en las cortijás. El sol churrascaba cerca de los
partiores y alguno quedaba chusmarrao. Con los tirachinas apuntábamos a alguna
burraca y la china pasaba raspeando. La gente en las suertes del Prao andaban
con mucha briega sacando agua de los bujeros mientras los zagales acachongaban.
Segábamos con corvilla, atábamos los haces con cordeles y nos dolía la
corcusilla. Tras la siega, se trillaba en la era y se aventaba la parva con la
horca cuando había alguna bufá y ventarea. Por la noche cantuseaban los
grillos.
Moceaba con mis amigos en la Plaza
y en el Convento. Íbamos al huerto del Rojo a por lechugas con vino. En el
paseo de las Santas, muchas pirulitas con chambis hacían ojo mientras
chafaldeaban en la chicharrina. Muchos críos en pañales, con roña y con las
espinillas esollás, chupaban palodulce en los columpios, daban volteretas y se
comían los padrastros. Algunos zangalitrones se daban marro y otros que
rondaban se enmarañaban y arrempujaban, alguno se enritaba y se iba con
comecome. Íbamos al Cojo Málaga y al bar Periche. En el cine, algún comitre se
colichaba con mucha chorra. Mercabamos pipas mientras algunas pirulitas y
alguna rechonchona cuchicheaban, se recochineaban y mentaban los desamoríos de
algún cursi desaborío desapartao al que habían mandao de borneo. En el cine San
Miguel nadie se estremecía y siempre había algún pasmao lameculos que se
esplumaba y le daba cagueta en la mitad de la función. En la plazoleta todos
los veranos, las mujeres cuchicheaban mientras mascaban chicle y los críos con
cigarreras se capuzaban en el cañete. Zagales y zagalas se repretaban y
arrejuntaban y hacían arrumacos mientras otros los arrodeaban. A algún escuchiminao en la juguesca le
arrucharon los cuartos.
En verano vigilábamos las pinatás
y las carrascas desde las morras de los Tornajos del Buitre. En la Guillimona
había sesteros de ovejas segureñas algunas rubiscas, y algunas cabras
teticojas. Al pintar el día había calima y se escuchaban los colorines y
chichipanes.
Al caer la tarde y terminar la
faena, los mozos y mozas se iban de pindongueo, se esturreaban y se daban la convidá. Algunos
bebían a galillo y con una panzá de vino no paraban de hacer la probatura hasta
chisparse dejando el solaje. Una noche un campusino ejalichao, marrandusco y
trabiscorneao agarró una chispera con cuerva. Estaba arregostao al bar de
Periche y se estaba atifarrando hasta que quedó atrabinao en la trasnochá con
la jumera. Con un cepazo de un zangalitrón y una tufá se dispertó, le dio un
arrechuzo, empezó a campanear y al salir
se dió un traspajazo, se aterró y se le reventaron las narices. Un samugo
pajizo pingurucho que olisqueaba lo recogió con mucha tericia, llevaba un
rasponazo y un recalcón en el remo. Al remate, se fue en el relente de la noche
refunfuñando, con mucha pesambre y disjusto y un montón de manchurrones y con
picacera en la minina.
Un día de agosto trajinabamos en
el cortijo de San José de la Montaña. Hacía mucha chicharrina y mientras nos
asolábamos, erribabamos las tapias viejas y muchas chapuzas del boliche hechas
por algún cegarruto chapucero, usando la almaina, la picaza y el legón. Poníamos
colañas con puntales y luego revoltones con púas y cañizo y nos untábamos de
yeso. Pintábamos con azulete y arreglábamos las canaleras y los muros con el
palustre y la plana. Las tapias nuevas las hacíamos de lastras que subíamos en capazos
con la carrucha. Hicimos un horno con tosca y grea y hacíamos masa con calderos
de agua de la acequia, cemento, guijarros y chinarro. A la hora de comer,
echábamos el pestillo en la puerta que chirriaba y amarrábamos la soga a un
cáncamo enrobinao. En la porchá encendíamos lumbre con arjuma y leña de
carrasca, comíamos tajás de choto y asábamos en el rescoldo chuletas que habíamos mercao, algunas se chusmarraban.
En la chicharrina alguna avispa extraviá comía chicha y nos picaban los
tábanos. Después de comer una miaja de majunje nos aterrábamos y arranábamos en
la pinocha de alguna pinatá dispareja mientras cantuseaban las chicharras. Antes
de escurecer dábamos de mano, a final de semana nos daban la pagamenta. Aquella
tarde abarruntaba nube, mientras algún pasmao cogía espliego. Los pastores
estaban de mal aguaje, el ganao estaba esturreao y había que meter el abrío en
la majá. Con un nubarrón se puso nublo y con la tronaera caía mucha pedriza, chispas
y una panzá de agua. Se acababa ya la chicharrina del verano.
© José Fidel Rosillo Martínez.
2015.