lunes, 15 de junio de 2015

I CONTRIBUCIÓN AL VOCABULARIO POBLATO


A D. FIDEL ROSILLO LÓPEZ. IN MEMORIAM

Calar de la Puebla, Puebla de Don Fadrique, sábado 11 de agosto de 1990.


Fue aquel día de verano del año 1990, en el que aún los caminos no ascendían a las mesetas del Calar, cuando subía despacio pero con paso firme por la vereda de los canchales hacia la caseta del Calar de la Puebla. Tocaba relevo y antes de llegar, descansé y tomé aire contemplando el pueblo desde la Piedra de la Rendija para acometer los últimos escalones que alcanzaban la cumbre. En los últimos metros, alcé la mirada y allí estaba él, observando el horizonte, a la hora en la que los últimos rayos del sol se escondían tras la Sierra de la Sagra.


Sobre una cornisa en el interior de la caseta acristalada, desde la que vigilaba los montes de la zona, tenía Fidel varios libros entre los que se podían apreciar algunos trozos de papel con notas escritas.

Citas de Cervantes: "El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho" " El retirarse no es huir, ni el esperar es cordura, cuando el peligro sobrepuja a la esperanza"

Citas de Calderón de la Barca: “Quien vive sin pensar, no puede decir que vive”.

Citas de Pablo Neruda: “Podrán cortar todas las flores, pero no podrán detener la primavera”.

O citas de Ortega y Gasset: “Siempre que enseñes, enseña a la vez a dudar de lo que enseñes”.

Como en otras ocasiones, tras comentar las incidencias y novedades del día, nos sentamos un buen rato y charlamos. Él solía contarme historias de su infancia y de su juventud y también hablábamos de nuestras experiencias laborales. Mientras le escuchaba y mientras lo recuerdo, he querido trasladar algunas de aquellas conversaciones a vocabulario poblato. Es por tanto esta primera entrega, una primera aproximación escrita al habla poblata y el primer capítulo que quiero dedicar a mi padre, Fidel Rosillo López, que como tantas otras veces, aquella tarde de verano, me enseñó entre otras cosas, esta cita de Federico García Lorca:

“Desechad tristezas y melancolías, la vida es amable,
 tiene pocos días y tan sólo ahora la hemos de gozar”.





I CONTRIBUCIÓN AL VOCABULARIO POBLATO

Capítulo I

EL VERANO


De crio, ayudaba a mi padre y mis hermanos en los bancales, llevábamos el grano al atroje y cuidábamos del averío. En verano, nos empingorotábamos a coscoletas en las paratas, alguno blincaba y se daba un costalazo y quedaba baldao y escoriao. A otro le daba un apretón y se efarriaba. Había bandás de torcazos en las  cortijás. El sol churrascaba cerca de los partiores y alguno quedaba chusmarrao. Con los tirachinas apuntábamos a alguna burraca y la china pasaba raspeando. La gente en las suertes del Prao andaban con mucha briega sacando agua de los bujeros mientras los zagales acachongaban. Segábamos con corvilla, atábamos los haces con cordeles y nos dolía la corcusilla. Tras la siega, se trillaba en la era y se aventaba la parva con la horca cuando había alguna bufá y ventarea. Por la noche cantuseaban los grillos.

Moceaba con mis amigos en la Plaza y en el Convento. Íbamos al huerto del Rojo a por lechugas con vino. En el paseo de las Santas, muchas pirulitas con chambis hacían ojo mientras chafaldeaban en la chicharrina. Muchos críos en pañales, con roña y con las espinillas esollás, chupaban palodulce en los columpios, daban volteretas y se comían los padrastros. Algunos zangalitrones se daban marro y otros que rondaban se enmarañaban y arrempujaban, alguno se enritaba y se iba con comecome. Íbamos al Cojo Málaga y al bar Periche. En el cine, algún comitre se colichaba con mucha chorra. Mercabamos pipas mientras algunas pirulitas y alguna rechonchona cuchicheaban, se recochineaban y mentaban los desamoríos de algún cursi desaborío desapartao al que habían mandao de borneo. En el cine San Miguel nadie se estremecía y siempre había algún pasmao lameculos que se esplumaba y le daba cagueta en la mitad de la función. En la plazoleta todos los veranos, las mujeres cuchicheaban mientras mascaban chicle y los críos con cigarreras se capuzaban en el cañete. Zagales y zagalas se repretaban y arrejuntaban y hacían arrumacos mientras otros los arrodeaban.  A algún escuchiminao en la juguesca le arrucharon los cuartos.

En verano vigilábamos las pinatás y las carrascas desde las morras de los Tornajos del Buitre. En la Guillimona había sesteros de ovejas segureñas algunas rubiscas, y algunas cabras teticojas. Al pintar el día había calima y se escuchaban los colorines y chichipanes.

Al caer la tarde y terminar la faena, los mozos y mozas se iban de pindongueo,  se esturreaban y se daban la convidá. Algunos bebían a galillo y con una panzá de vino no paraban de hacer la probatura hasta chisparse dejando el solaje. Una noche un campusino ejalichao, marrandusco y trabiscorneao agarró una chispera con cuerva. Estaba arregostao al bar de Periche y se estaba atifarrando hasta que quedó atrabinao en la trasnochá con la jumera. Con un cepazo de un zangalitrón y una tufá se dispertó, le dio un arrechuzo, empezó a campanear  y al salir se dió un traspajazo, se aterró y se le reventaron las narices. Un samugo pajizo pingurucho que olisqueaba lo recogió con mucha tericia, llevaba un rasponazo y un recalcón en el remo. Al remate, se fue en el relente de la noche refunfuñando, con mucha pesambre y disjusto y un montón de manchurrones y con picacera en la minina.

Un día de agosto trajinabamos en el cortijo de San José de la Montaña. Hacía mucha chicharrina y mientras nos asolábamos, erribabamos las tapias viejas y muchas chapuzas del boliche hechas por algún cegarruto chapucero, usando la almaina, la picaza y el legón. Poníamos colañas con puntales y luego revoltones con púas y cañizo y nos untábamos de yeso. Pintábamos con azulete y arreglábamos las canaleras y los muros con el palustre y la plana. Las tapias nuevas las hacíamos de lastras que subíamos en capazos con la carrucha. Hicimos un horno con tosca y grea y hacíamos masa con calderos de agua de la acequia, cemento, guijarros y chinarro. A la hora de comer, echábamos el pestillo en la puerta que chirriaba y amarrábamos la soga a un cáncamo enrobinao. En la porchá encendíamos lumbre con arjuma y leña de carrasca, comíamos tajás de choto y asábamos en el rescoldo chuletas  que habíamos mercao, algunas se chusmarraban.

En la chicharrina alguna avispa extraviá comía chicha y nos picaban los tábanos. Después de comer una miaja de majunje nos aterrábamos y arranábamos en la pinocha de alguna pinatá dispareja mientras cantuseaban las chicharras. Antes de escurecer dábamos de mano, a final de semana nos daban la pagamenta. Aquella tarde abarruntaba nube, mientras algún pasmao cogía espliego. Los pastores estaban de mal aguaje, el ganao estaba esturreao y había que meter el abrío en la majá. Con un nubarrón se puso nublo y con la tronaera caía mucha pedriza, chispas y una panzá de agua. Se acababa ya la chicharrina del verano.


© José Fidel Rosillo Martínez. 2015.